jueves, octubre 09, 2008

Historia

Un hombre se afeita frente al espejo, era una mañana como cualquier otra, donde no parecía tener mayor relevancia que la misma rutina, sin quererlo, sin planearlo el hombre se corta la cara. De la herida abierta emana una gota de sangre que va a estamparse contra el blanco mármol del lavabo.

Por un momento, tiene la sensación de haberse afeitado de raíz el poco entendimiento que le quedaba. Pensó de momento de que servía el viento, de que servia la noche, de que servia el día… de que servia haberse cortado la cara. Toda la vida pensando en luchar, acostumbrado a que sus pies esquivaran las piedras del camino.

La soledad le había maltratado durante años y la pinche suerte nunca lo animo a levantarse con el pie derecho, así paso su juventud dando tumbos entre la gente, buscando un lugar que parecía no encontrarse en ningún rincón de la galaxia.

Nunca los treinta le habían sentado tan bien, nunca sus músculos habían parecido tan fuertes, nunca su voz había sonado tan fuerte, nunca su cobardía le había hecho tan fuerte, nunca su indecisión había creído en él.

Contempló la gota de sangre que parecía dibujar algo mientras se enfilaba por la pieza metálica que la empujaba hacía el oscuro final de una tubería. Quizás se quedaría allí para siempre o quizás se mezclaría una vez en las cañerías con millones de litros de sangre lanzados camino al mar. Fuera como fuese, nuca más aquella sangre recorrería sus venas, nunca más bombearía en su cuerpo y nunca más alimentaría su corazón.

Tras la ventana los árboles se mecían con una fuerza violenta, tapó la última gota de sangre con un pedacito de papel. Papel donde olvidó apuntar todos sus sueños sin cumplir. Salió y apago la luz. A penas los rayos de sol se colaban a través de los agujeros de las cortinas rotas. El intenso frío, y el olor a lluvia ofrecían una atmósfera de película de ciencia ficción.

Abrió la puerta de la casa en la calle ¨perdedores¨ y por primera vez después de siglos levantó la cabeza. Miró a todos después de haber dado la espalda por miedo y cientos de cosas más. Los miró con detenimiento, y después de haber soportado miles de risas tontas, hoy, él era quien dedicaba la sonrisa más hermosa de todas. Desplegó sus alas renovadas y nuevas, se elevó del suelo.

Vio a todos aquellos mortales, pequeños, diminutos, enanos... Vio la ciudad desde una perspectiva diferente y nueva. Vio delante de él la suma de un día tras otro, de una partida ganada y cientos de perdidas... y entendió entonces que aquella gota de sangre que emanó con dolor del lado izquierdo de su cara, no le había dolido en vano. Que nada sucede por casualidad. Que llevaba toda la vida sintiéndose mal... pero que en realidad el tan solo había nacido para volar... volar muy alto.

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