viernes, junio 04, 2004

El día en que me perdono Dios...

Yo nací en un hogar Católico, Apostólico y Romano, donde la religión jugaba un papel importante en la vida de cada mortal que conforma mi gente, y por lo tanto mis padres me impusieron la Iglesia como una religión a la que se debe temer y por lo tanto respetar.

Hoy en día, la llevo de diferente manera, eso siempre con un respeto infinito, pero ya no con el mismo temor a hacer las cosas mal.

Pero hubo algo en mi infancia que siempre, hasta hoy en día, me trae buenos recuerdo y siempre que lo recuerdo me hace sentir bien y sonriente...

Una semana antes del 3 de mayo del año de la Santa inquisición, día en que se realizaría la ceremonia de mi primera comunión, me estaba preparando para dicho evento y como todas las tardes acudía a la iglesia para estudiar el catecismo, yo iba con toda la disposición de que tenia que hacerlo y aparte de que se suponía era uno de los días mas importantes en la vida de un puberto como yo. Recuerdo, que en el trayecto hacia la iglesia junto con mi inseparable escudero y amigo “El Pez” José Antonio, tomamos un atajo y lo inesperado, vimos a un par de enamorados demostrándose su compromiso de amor.

Pero nunca hubiera pasado eso, y menos para unos curiosos en esos menesteres como nosotros, con el mayor sigilo posible, nos acomodamos sobre la hierva a observar semejante espectáculo, siempre teníamos la curiosidad sobre el intercambió de dichos fluidos, y pues ese día se presentaba la oportunidad de aprender, observando, pero al fin y al cabo aprender.

Pero como en todo momento agradable, siempre existe algo que lo hace perturbador, si, ahí estaba doña Engracia con su mirada acusadora, parecía que le saldrían rayos por los ojos, se veía enorme desde la posición en que estábamos. Y con su lentitud acostumbrada, se agacho tomándolos de la orejas lanzando tremendas maldiciones, regaños y demás.

Ese día, fue un día tormentoso, quería que nunca hubiera pasado, aunque nunca hubiera aprendido lo observado, recuerdo que Doña Engracia nos decía: “Que Dios te mira, que a Dios no le gusta lo que hiciste, que te va a castigar Dios, que tienes el Diablo dentro, Que Dios mandara un rayo para castigarte Chiquillo pecador” fueron solo algunas de las frases que utilizo en nuestro regaño. “Que cuando lo sepan tus padres”, esa fue su ultima advertencia.

De regreso a casa, después de escuchar la letanía de doña Engracia, de sufrir por mi falta, de imaginar lo enojado que estaría Dios conmigo, de querer correr y esconderme bajo una piedra por haber hecho lo que hice, de tener vergüenza ante Dios, de arrepentirme y arrepentirme y no poder encontrar alguna respuesta por parte de Dios, para que me diera la idea de que no estaba enojado. Pero nada, ninguna respuesta. Solo miraba al cielo, esperando que apareciera una nube que me lanzara el rayo tan anunciado por doña Engracia y me partiera en dos, si es que bien me iba y no pasaba otra cosa peor.

Pero nada, la nube nunca se apareció en los días siguientes, pero como todas las tardes, Doña Engracia nos recordaba nuestra falta y nuestra vergüenza y temor para con Dios crecía.

Al fin llego el día (3 de Mayo, día de la Santa Cruz, patrona de la Iglesia), al fin estaba con mi traje blanco, mi cirio, mi libro y mi rosario, dispuesto a enfrentarme a Dios, a recibirlo, a responder por mi falta. Pero el miedo no me dejaba en paz, ya imaginaba cuando el sacerdote me diera a comer el pan divino, ahí aparecería el rayo fulminante que acabaría con mi triste y temerosa vida.
Trate de buscar algún pretexto para no ir a cumplir con lo estipulado, pero todo fue en vano, nada funciono, sin embargo, “El pez” y yo íbamos al lado de mi madre a la ceremonia sin dejar de voltear al cielo, para cerciorarnos de que no había ninguna nube acusadora.

Todo se veía normal y tranquilo, pero a pesar de eso, no dejaba de temer, y de tartamudear cuando alguien me cuestionaba alguna cosa. Llego el momento y yo solo trata de contestar lo mejor posible las preguntas del sacerdote, obvio que tuve que confesar la aventura fatal que viví hacia una semana, sin dejar de mirar de reojo hacia el techo de la iglesia en busca de la tan esperada e indeseada nube negra.

Al incorporarse el sacerdote para darnos de comer la ostia sagrada, yo sudaba, sufría, y no podía dejar de mirar hacia el techo. Al momento de acercarse a mi, mis piernas no me respondían, sentía un temblor que me recorría todo el cuerpo, sin embargo, no me podía mover, al hacer el ritual acostumbrado antes de darme de comer la ostia, di por ultimo un vistazo al techo, pero nada...

Cuando al fin regrese mi atención a lo que decía el sacerdote, comprendí que no pasaría nada, abrí la boca y zaaaaaaas!!!!!

Un trueno gigantesco se apodero de mi, en ese momento dije, patas para que las quiero y salí corriendo de la iglesia, ahora si, como diría doña Engracia, como alma que lleva el diablo. Yo me imaginaba como Dios tubo mal tino, pero que en cualquier momento me tocaría, solo estaba tratando de apuntar bien para dar en el blanco, pero como yo corría como nunca en mi vida, le era muy difícil, así que yo no quería dejar de correr. Al fin llegue a mi casa, dos cuadras de la Iglesia, dos cuadras que fueron como miles de kilómetros de distancia. Llegue buscando algún escondite, y tras de mí, llego mi hermana. Era la enviada del Señor para que me llevara a la Iglesia de nuevo a como diera lugar. Siempre dije que era una traicionera, no le importaba que me achicharrara un rayo y a pesar de que le ofrecí mis ahorros no desistió de su encargo.

Casi me llevo a arrastras hasta la puerta de la Iglesia, donde me esperaba mi madre, diciéndome, Te acercas o... nunca supe la segunda opción, quizás la hubiera preferido. Cuando me acercaba de nuevo al sacerdote quien sonreía como si estuviera de acuerdo con Dios en lo que me pasaría, pude observar a escasos centímetros de donde yo estaba anteriormente, una silla destruida, imagine que como era posible que Dios hubiera tenido tan mala puntería, en fin. Comí del Pan Sagrado y al final el sacerdote me dijo en secreto, “Después hablamos al final de la misa”, quizás, Dios le había comunicado que me llevara a un lugar mas despejado para no fallar.

Al final, tuve que hablar con el sacerdote, le dije lo que Dios haría conmigo, que era el castigo que Dios le había dicho a Doña Engracia que me merecía. Después, Jamás fui tan feliz, si lo acepto, fui feliz por el regaño que le dieron a Doña Engracia, recuerdo que le dijo, “Dios es todo amor, toda bondad, el no castiga, el perdona” así que no quiero que le diga semejantes cosas a los niños solo por meterlos en cintura.

Y pregunte emocionado: ¿Dios ya me perdono?

El sacerdote solo sonrió y respondió: Si, desde que te arrepentiste, y te digo, que lo que paso con la silla, fue que estaba sentada Cuquita, la señora gordita del barrio, y como la silla era vieja y ella pesada, no pudo resistir las carnes de doña cuquita....




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